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Estatuas que hablan: La reina Urraca

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05 abril, 2021

No se ponen de acuerdo con la fecha de mi nacimiento y yo –¡hace tanto tiempo de eso!- ya ni me acuerdo, pero debió de ser alrededor de 1081. Fui reina de León entre 1109 y 1126, la primera mujer en Europa en llegar al trono por derecho propio, a pesar de mi padre, el rey Alfonso VI –El Bravo- que hizo lo posible por que no fuera así.

Él quería un varón y nací yo, así que imaginad el disgusto cuando se enteró de que mi madre, la reina Constanza de Borgoña –su segunda esposa- no iba a poder  tener más descendencia. Fue una situación rara. Recibí educación para convertirme en reina pero mi padre jamás me trató de esa manera porque tenía otros planes.

Mi padre veía las cosas con un prisma estratégico. Tendría yo seis años cuando me prometió a Raimundo de Borgoña. Era su forma de recompensarle por el apoyo brindado en sus campañas militares. El premio éramos yo y el gobierno de Galicia con el título de conde. Como no me acuerdo de cuándo nací, pues no sé cuándo sería la boda exactamente, pero con 12 años –¡con 12!- ya estaba casada.

Al poco murió mi madre, y mi padre tuvo con Zaida, una princesa musulmana convertida al catolicismo, a Sancho, mi medio hermano y el que me desplazó de la línea sucesoria. De ser la heredera del trono de León pasé de un plumazo a ser condesa consorte de Galicia.

Con Raimundo tuve dos hijos: Sancha y Alfonso. Mi marido murió en 1107 de una súbita enfermedad así que yo me hice cargo del gobierno de Galicia. Un año después Sancho murió en la batalla de Uclés, donde los cristianos fueron vencidos por los almorávides, lo que nos hizo regresar a todos a la casilla de salida. Era de nuevo la heredera al trono.

Yo reclamé lo que era mío, aunque mi padre seguía moviendo los hilos y me impusieron un segundo matrimonio, con Alfonso I, rey de Aragón, conocido como El Batallador.

Podríamos haber sido una suerte de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos que llegarían al mundo 300 años después. Pero, ¡qué va! Aquello fue un desastre, un horror de matrimonio. No nos aguantábamos y se veía. Además, Alfonso era violento, maltratador y yo tenía miedo de que acabase con mi hijo, el único escollo que veía para hacerse con todo el pastel. Ahora hay quien dice que si él me repudió y otros les responden que era yo quien quise separarme. Lo que está claro es que yo nunca quise casarme con él y que no era yo princesa sumisa, callada y obediente. Y eso no gustaba. Siempre se  me juzgó más por mujer que por mis decisiones y se me intentó desprestigiar a toda costa. Me apodaron La Temeraria y en el Cronicón de Santiago se escribió: “Gobernó tiránica y mujerilmente”. 

Nuestras diferencias matrimoniales se trasladaban también a los movimientos de nuestros ejércitos y finalmente nos separamos definitivamente. Más tarde tuve con Pedro González de Lara otros dos hijos. Iba a tener un tercer hijo con él, pero con más de 40 años se me complicó y fallecí tras el parto en Saldaña, donde me había ido para afrontar el embarazo, en el año 1126. Me fui un 8 de marzo, no deja de ser curioso.

Qué paradójico todo, ¿verdad? Cómo la muerte –la de mi primer marido y sobre todo la de mi hermano- marcó mi vida y cómo la vidade mi último hijo- marcó mi muerte.

Por cierto, que si queréis verme, estoy en San Marcelo, mirando hacia Casa Botines. Soy de las nuevas. Llevo dos años aquí, desde que me colocó el Ayuntamiento tras esculpirme el artista Juan Antonio Cuenca. ¡Nos vemos!