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Estatuas que hablan: Antonio Gaudí

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13 abril, 2021

No puedo llevar la cuenta de las fotos que me han hecho. Solo, acompañado, con toda la familia. Soy, sin lugar a dudas, la estatua más retratada de León. Me esculpió en bronce el escultor asturiano José Luis Fernández y me dejó revisando mis notas al pie de mi creación, la Casa Botines.

Lo que tampoco me pierdo es una manifestación, las tengo todas y de muy diverso tipo por aquí. A mí también me las montaban, no os creáis. Bueno, en realidad eran unos niños que se ponían aquí a gritar ¡Botines se cae, Botines se cae! Que era lo que pensaban los leoneses, que se iba a caer. ¡Qué sabrán ellos! Al menos, me alegro de que no saliese el proyecto del tranvía porque maldita la gracia que me iba a hacer oírlo todos los días recordándome el día de mi muerte.

Sí, me atropelló un tranvía en Barcelona cuando iba a la iglesia y no debía de ir yo muy arreglado porque me confundieron con un mendigo y no se dieron prisa ninguna en auxiliarme. Cuando lo hicieron era tarde. Morí el 10 de junio de 1926 a los 73 años y dejé la Sagrada Familia sin acabar.

Pero empecemos por el principio, mejor. Nací el 25 de junio de 1852 y solo unas horas después me bautizaron porque no llegué al mundo con mucha salud. De hecho, arrastré mis problemas de reumatismo toda la vida. Cuando era pequeño, mientras mis hermanos jugaban yo estaba en la cama y mientras ellos ayudaban a mis padres en la finca de Ruidoms, yo paseaba en un burro, observaba a las gallinas y me maravillaba con la naturaleza que, siempre lo he dicho, fue mi gran maestra.

También me gustaba mucho ir a la planta baja de nuestra casa, en Reus, donde tenía mi padre el taller en el que fabricaba las calderas de hierro y cobre que utilizaban entonces las familias para calentar el agua. Me fascinaba ver cómo transformaba el metal en todo tipo de objetos. Todo aquello fue configurando mi visión del mundo y mi manera de crear los edificios. Chocaba un poco con el sistema educativo que quería que memorizase datos, mientras que yo a lo que encontraba más utilidad era a experimentar. En general siempre fui así, para crear mis edificios prefería las maquetas a los planos porque podía ir modificándolas sobre la marcha y ver cómo iba a quedar.

Mi primer trabajo de envergadura fue la Casa Vicens y luego, en la Expo de París de 1878 una vitrina mía impresionó al industrial catalán Eusebi Güell. De mi amistad con él surgieron muchos proyectos, el que más os sonará será el Parque Güell, que tiene muchas de esas formas inspiradas en la naturaleza que a mí me gustaban, muchas salamandras y mucho trencadís también. Por supuesto, habréis oído hablar de la Casa Batlló o de la Casa Milà y del Palacio Güell.

Fuera de Cataluña solo tengo tres obras y, precisamente, dos se encuentran en León. Una es el Palacio Episcopal de Astorga y la otra es Casa Botines. La otra es el Caprillo de Comillas, en Cantabria, y también me encargué de la reforma de la Catedral de Palma de Mallorca.

De Astorga, qué queréis que os diga, que ni en globo vuelvo yo por allí. Yo acepté el proyecto porque conocía al obispo de entonces, Joan Grau i Vallespinós, quien me encargó reconstruir el Palacio porque en 1886 lo había arrasado un incendio. Nos entendíamos a la perfección, pero debíamos de ser los únicos porque por otra parte todo eran trabas. De hecho, en 1893 murió y yo abandoné el proyecto a medias porque no me daba más que quebraderos de cabeza. Mirad si acabé enfadado que hasta quemé los planos.

El caso es que aprovechando mis visitas para supervisar la construcción, contactaron conmigo dos empresarios de León, Simón Fernández y Mariano Andrés, que conocían a Güell porque tenían tratos comerciales. Querían trasladar su negocio, una casa de cambio y un almacén textil, a la Plaza de San Marcelo. Lo hice todo con industriales y albañiles catalanes, algo que aquí no gustó un pelo. Mira, todo eran pegas. Que si un pleito del Ayuntamiento por la titularidad del suelo, que si por qué San Jorge y el dragón en vez de, por ejemplo, la Virgen del Camino…

Por cierto, que en el dragón dejé una sorpresa, que encontraron al ir a restaurar la estatua. Tenía dentro el calendario de la obra (¡la hicimos en solo 10 meses!), los planos originales y dos ejemplares del periódico El Campeón del día de la inauguración.

Ahora de lo que oigo hablar mucho es de que todo este edificio es un inmenso dragón. ¿Vosotros qué creéis?