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Estatuas que hablan: Clara Campoamor

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08 marzo, 2021

Una década va a hacer que estoy aquí en la calle que también lleva mi nombre, en Eras de Renueva. No es que esté en un lugar muy visible pero sí es cierto que por aquí pasan muchas familias. Un día una niña le preguntó a su madre quién era yo.

Clara Campoamor,

-Pero, ¿esa quién es? – insistió la pequeña.

-Una mujer que hizo muchas cosas.

No mintió al zanjar el asunto de aquella manera, pero podría haberle dado más detalles, claro. Como que fui abogada y escritora o, sobre todo, que impulsé el voto femenino en España, que se consiguió el 1 de octubre de octubre de 1931 y que se ejerció por primera vez en 1933.

¿Que cómo lo conseguí? Bueno, es que yo era diputada entonces por el Partido Radical. Sí, sí. A ver, a las mujeres nos podían elegir pero nosotras de ir a votar, nada. A mí no me parecía bien que se nos negara un derecho fundamental y puse un gran empeño en lograrlo.

Tenía 43 años cuando lo conseguimos, no hacía tanto que me había licenciado como abogada. Me habría gustado hacerlo antes pero no fue fácil. Cuando yo tenía 13 años, murió mi padre y no me quedó más remedio que dejar los estudios para echar una mano en casa. Ayudaba a mi madre, que era costurera, y luego me puse a trabajar en una tienda. Aprobé varias oposiciones, como auxiliar de Telégrafos primero, y como profesora de mecanografía en la Escuela de Adultas de Madrid, después. Entre esto y el trabajo como secretaria en algún periódico logré pagarme los estudios y en diciembre de 1924 me convertí en una de las primeras abogadas del país.

De hecho, fui la segunda en incorporarme al Colegio de Abogados de Madrid. La primera fue Victoria Kent, que os sonará también porque fuimos quienes escenificamos el sí y el no por el voto femenino en el Parlamento. Dos mujeres, las únicas de las Cortes Constituyentes de la Segunda República, y las dos enfrentadas.

No es que Victoria, que pertenecía al Partido Radical Socialista, no quisiera que las mujeres votasen –ella se declaraba feminista- pero yo defendía el voto sin condiciones y ella argumentaba que no estaban todavía preparadas para hacerlo y, al ir a las urnas influidas por el clero, el resultado impediría llevar a cabo los cambios que necesitaba el país. Su opinión era compartida por buena parte de la izquierda, incluyendo mi partido, que no me apoyó. Pero lo conseguimos. Ganamos por 40 votos. La mujer pudo votar en 1933. Y sí, es cierto. Ganaron las derechas y yo perdí mi acta de diputada. No sé si os suena la historia, pero toda la culpa me la endosaron a mí.

Poco después abandoné el Partido Radical e intenté entrar en Alianza Republicana, pero no me admitieron. Dicen que lo pagué caro. Yo lo explico todo en el libro Mi pecado mortal. El voto femenino.

Di que luego llegó el 36 con el golpe de Franco y ya no hubo voto para la mujer ni para el hombre en más de 40 años. Yo estuve exiliada en Argentina y en Suiza. Me dolió no volver a España pero tenía una acusación de pertenecer a la masonería a la que no pensaba hacer frente, así que en 1972 cerré los ojos para siempre en Lausana. Al menos, mis restos los trasladaron a San Sebastián, una ciudad que fue muy importante para mí.

Y nada, aquí estoy, impertérrita, para mantener viva la memoria.

Tengo una placa en la que se lee: “Nosotras alzamos la voz para proclamar que no fuiste tú la equivocada”. Me la puso la asociación leonesa que lleva mi nombre. Me acuerdo bien de mi inauguración en diciembre de 2011 cuando vino la senadora socialista y ex ministra de Cultura Carmen Alborch y estaba también mi escultor, Juan Antonio Cuenca.

Supongo que hoy, 8 de marzo, mi nombre estará en muchas bocas. Está bien que se hable de lo que hemos conseguido, pero no os olvidéis el resto del año. Y venid a visitarme, que de aquí yo no me muevo.